¿Y si la Literatura mató a Dios?
- 26 jun
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La literatura nace antes de la escritura. Mucho antes de que existieran autores o libros, ya había historias. Narraciones que giraban en torno al fuego, en las cavernas, en los rituales, entre cantos, gestos y silencios. La humanidad ha narrado desde tiempos remotos no solo para entretener, sino para sobrevivir, para recordar, para dar sentido a un mundo hostil. En su origen más profundo, la literatura no era un arte individual ni una expresión estética, sino una forma simbólica de organizar la experiencia humana.
Pero no puede entenderse la literatura primitiva sin considerar su parentesco con la religión. Ambas surgen al mismo tiempo, ambas estructuran el mundo desde lo simbólico, y ambas, en sus inicios, respondieron al asombro ante lo desconocido. La literatura y la religión nacen como dos formas hermanas de proyectar la conciencia humana sobre el mundo, de buscar en lo invisible un sentido, un orden, una trascendencia.
Este ensayo explora el nacimiento de la literatura desde una doble perspectiva: por un lado, histórica y antropológica —su surgimiento como memoria colectiva, mito, himno y relato sagrado—; por otro, crítica y filosófica, a partir de una pregunta provocadora: ¿la literatura mató a Dios?
Literatura y religión: dos formas de lo simbólico
La palabra y lo sagrado caminaron juntos en los orígenes. Los primeros textos conservados por la humanidad —el Poema de Gilgamesh, los Vedas, los Textos de las Pirámides, la Biblia hebrea— no eran “literatura” en el sentido moderno, sino relatos sagrados. Pero precisamente ahí está su importancia: la literatura nació como forma de preservar lo sagrado.

Desde una mirada antropológica, la literatura primitiva fue oral, coral y colectiva. Los mitos organizaban la vida social y explicaban el mundo natural. Según Mircea Eliade, el mito era historia ejemplar: contaba un tiempo primordial, fundacional, que se actualizaba ritualmente. Pero esa narrativa mítica tenía un trasfondo más profundo aún: la relación del ser humano con lo que Gustavo Bueno llamaría “el eje circular”, es decir, su vínculo social y simbólico con el entorno, con la naturaleza, con los animales y con sus semejantes.
Es aquí donde se inserta la clasificación de religiones propuesta desde la filosofía materialista: religiones luminosas, donde los dioses son animales divinizados (el toro sagrado, el lobo, la serpiente); religiones mitológicas, donde los dioses se humanizan (Zeus, Isis, Quetzalcóatl); y religiones teológicas, que introducen un Dios único, abstracto, creador. En cada una de estas etapas, la literatura acompañó el tránsito de la humanidad por sus propios símbolos: primero, cantando lo animal; luego, narrando lo humano; finalmente, interpretando lo divino.
Función cultural y poder simbólico de la literatura primitiva
La literatura primitiva no era individualista, sino un medio de transmisión social. En las culturas orales, los relatos épicos, los cantos, las genealogías y los mitos servían para educar, recordar y cohesionar. En La Ilíada, la cólera de Aquiles no es solo una emoción, sino una lección sobre el honor, la muerte y la condición humana. En El Cantar de Mio Cid, la honra no es un capricho personal, sino el núcleo simbólico de un orden feudal.
Pero también fue poder. Con la escritura, la palabra dejó de ser solo voz y se volvió inscripción: ley, archivo, dogma. Como decía Jack Goody, la escritura jerarquizó el saber y consolidó la autoridad. El que controlaba la escritura —el sacerdote, el escriba, el rey— controlaba el relato, la memoria y el sentido.

Así, la literatura fue también instrumento de dominación simbólica. Las tablillas cuneiformes, los textos rituales egipcios, la Torah, los Vedas: todos son textos literarios y religiosos a la vez. Pero, al fijar la palabra, también se fijaban los límites de lo permitido, lo divino, lo legítimo.
¿Y si la literatura mató a Dios?
Pero con el paso del tiempo, algo cambió. Los animales dejaron de ser dioses. El león fue vencido por Hércules, y lo luminoso —según el relato mítico— se transfiere al ser humano. Lo divino pierde su misterio animal y se convierte en antropomórfico. Y entonces, la literatura comienza a mirar no hacia el cielo, sino hacia la mente humana.

En Grecia, la razón se alía con la palabra. Sócrates piensa oralmente, pero Platón lo inmortaliza por escrito. Así, la filosofía entra en la escena, y con ella, la duda se vuelve virtud. La tragedia griega ya no repite mitos, sino que los cuestiona: ¿es justo el destino?, ¿puede el hombre desafiar a los dioses?
La literatura comienza a reinterpretar la religión, transformando lo sagrado en metáfora, lo dogmático en ficción, lo eterno en símbolo. Es el inicio de una larga secularización. El miedo, antes dominado por los dioses, es ahora trabajado por los poetas, o como alguien alguna vez dijo:
“El miedo aterrorizó a los creyentes, pero sedujo a los poetas.”
Este giro alcanza su punto más radical en la modernidad. En los siglos XVII al XIX, la literatura —aliada con la ciencia, la crítica y la filosofía— convierte a Dios en personaje, en símbolo, en ruina. Y Nietzsche pronuncia su famoso veredicto:
“Dios ha muerto”.
Pero ¿quién lo mató? No fue un filósofo solamente. Fue el lenguaje, fue la razón, fue la ficción literaria la que mostró que lo divino ya no era necesario para explicar ni para consolar. La literatura, convertida en herramienta de secularización, quita a Dios del altar, y coloca allí al hombre, y más tarde, incluso, pone en duda que el altar exista. El dogma se convierte en novela, el infierno en símbolo, y la salvación en metáfora.
¿Qué queda después de Dios? ¿Y qué es ahora la literatura en el siglo XXI?

La literatura, nacida del mito y la fe, terminó cuestionando sus propios orígenes. Se convirtió en una forma de pensar sin dogmas, en un territorio fértil donde la cultura se reconfigura tras la muerte de los absolutos. Lo que era divino se hizo narrable. Lo eterno, literario. Lo sagrado, simbólico. La literatura, aliada con la filosofía, la ciencia y la razón, secularizó el miedo y convirtió el dogma en crítica, el infierno en metáfora, y a Dios en personaje trágico o ridículo.
Pero eso no significa que haya eliminado el deseo de sentido. Por el contrario, lo ha multiplicado. Si antes dependíamos de Dios, hoy dependemos de la cultura. Y en ese nuevo campo simbólico, la literatura sigue siendo central: no como respuesta, sino como forma de seguir haciendo preguntas.Preguntas sobre la muerte, la identidad, el lenguaje, la verdad, la historia, el poder. Preguntas que ninguna tecnología puede responder sin antes traducirse, narrarse, imaginarse.
Entonces, ¿qué queda después de Dios? Queda la palabra. Queda el relato. Queda el símbolo. Y queda también la responsabilidad de imaginar mundos posibles. La literatura es, entonces, el lugar donde el ser humano continúa ensayando su libertad, aunque ya no haya certezas eternas que sostener en un mundo dominado por algoritmos, pantallas, velocidades líquidas y saturación de estímulos, la literatura se ha desplazado, pero no ha desaparecido. Ha mutado. Ha encontrado nuevas formas. Puede sobrevivir en una novela gráfica, en un poema digital, en una distopía que anticipa lo que aún no vemos. O incluso en el diálogo que mantenemos ahora, donde un humano conversa con una inteligencia artificial y se pregunta por el sentido de escribir, de narrar, de imaginar.
La literatura ya no es únicamente libro: es gesto cultural, forma de resistencia, archivo de memorias y laboratorio de futuros. En un siglo en que todo tiende a lo efímero, la literatura es uno de los pocos espacios donde el tiempo se detiene para pensar. Y eso es revolucionario.
Porque en un mundo sin Dios y sin dioses, donde el capital intenta ocupar todos los altares, la literatura es el último refugio de lo humano: lo contradictorio, lo ambiguo, lo simbólico, lo no programable.
Tal vez por eso, la literatura no ha muerto. Ni morirá. Porque mientras haya un lenguaje que se resista a ser cálculo, mientras haya quien lea para entenderse, y quien escriba para no olvidar, la palabra seguirá ardiendo en el centro mismo del devenir humano.
Referencias:
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Melero Martínez, J. M. (2007). ¡Dios ha muerto!: La crítica de la religión en Nietzsche. Tabanque. Revista pedagógica, (20), 195–206.Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2282450
Muy Interesante. (s.f.). “Dios ha muerto”: la muerte de Dios según Nietzsche.Disponible en: https://www.muyinteresante.com/historia/63398.html
Búho de Minerva. (2018, marzo 9). El «Dios ha muerto» de Nietzsche.Disponible en: https://buhodeminerva.blog/2018/03/09/el-dios-ha-muerto-de-nietzsche-1/
Gustavo Bueno. (1996). El animal divino: ensayo de una filosofía materialista de la religión. Disponible en PDF (versión de libre distribución en medios académicos): https://www.researchgate.net/publication/358132112_El_animal_divino_Ensayo_de_una_filosofia_materialista
Contreras, M. (s.f.). Introducción a la mitología griega. [PDF].Disponible en: https://marisabelcontreras.wordpress.com/wp-content/uploads/2017/02/introduccion-a-la-mitologia-griega.pdf
Delgado, F. (2013). Religión y mito. ResearchGate.Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/273568999_Religion_y_mito
Portulas, J. (s.f.). El mito en la literatura: un recorrido hacia su definición.
https://www.redalyc.org/pdf/5138/513877271006.pdf
Vielhauer, P. (1993). Historia de la literatura cristiana primitiva. Salamanca
Universidad de Zaragoza. (2020). Historia literaria / Historia de la literatura. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
https://zaguan.unizar.es/record/88359/files/BOOK-2020-025.pdf
Delgado, F. (2013). Religión y mito. ResearchGate.
Excelente ensayo, una reflexión para la humanidad
Sigue escribiendo, me encantó. Ojalá saques un libro pronto!