Marqués de Sade no fue sólo un aristócrata degenerado ni un escritor pornográfico: fue un testigo perverso del derrumbe del antiguo orden y un explorador del caos que habita en lo más profundo de nuestra civilización. Quizás por eso, como escribió Roland Barthes, lo que Sade pone en juego no es el sexo, sino el lenguaje del poder llevado hasta su punto más extremo: el poder de poseer, de destruir… y de escribir.